Cuando uno se enfrenta al universo que ARMANDO MACCHIA propone en cada
uno de estos cuentos, hay
que trasponer umbrales dispuestos a ser modificados. Des-colocados. Con-movidos. Quiero decir
con esto que uno debe entrar sin prejuicios a que lo desnuden y lo pongan frente a un espejo que
no siempre devolverá la imagen que uno desea de sí mismo.
Y parece que todo el meollo del problema parte precisamente de la estructura con la que este
escritor entrega una propuesta. Una estructura regular tranquiliza, mientras que una irregular,
provoca. Frente a cada una de las escenas en la que se mueven los
cotidianos-cenicientos-desleídos-tristes-vejados-olvidados personajes de estas historias, uno se
desconcierta, se envara en una actitud de una especie de mosqueo.
Leopoldo Brizuela dijo alguna vez en Cómo se escribe un cuento, que las catedrales fueron hechas
porque los hombres que las construyeron no tenían opiniones, sino convicciones. “Seguramente no
construiré nunca una catedral, pero, al menos, tengo una convicción: un buen cuento es una
historia contada de la única manera posible”.
Y, coincidiendo con esta postura, aunque en estos tiempos los géneros literarios se han
mixturado y fusionaron límites, creo, sin embargo, que el cuento es una forma estética nada
casual y sospecho que no cualquier escritor es cuentista.
Este volumen de cuentos de ARMANDO MACCHIA viene a constituir la auténtica summa del mundo
poético que lo caracteriza, con una particular visión surreal de la vida. Aquí se recogen los
temas más habituales en MACCHIA: desde la alegoría hasta el relato de humor, desde la fantasía
al terror, desde lo imaginativo y misterioso a lo más real y tangible.
La lectura de estos cuentos y relatos no supone una tarea fácil para el lector, especialmente
para los amantes de los finales redondos que dan respuesta o sentido a un nudo principal. Con
una escritura fluida, el autor nos adentra en un particular mundo fantástico y erótico, sin dar
respuesta al misterio que envuelve el relato, dejando en manos del lector la tarea de
descifrarlo. Todas las páginas están cargadas de simbolismo que, más que limitar, exaltan la
belleza de lo
esperpético de esta escritura. Textos desmesurados, una casi exagerada imaginación y la terrible
mordacidad, dan forma a este narrador mendocino que se perfila desde hace tiempo como una voz
singular dentro de las letras de nuestra provincia.
Mercedes Fernández
Noviembre, 2012