“Así no vas a ir al cielo”, vaticinó la mujer con su boca glotona, con su boca de escupir
palabras a diestra y siniestra “virgencita del Rosario, ayúdalo y ayúdame también a mí”. Y
la virgencita la ayudaba metiéndole tortas y palabras que se deshilachaban en su boca, y
escupía tan rápidamente como las tragaba.
Dana, mi compañera de laboratorio, escupe babas y traga toneladas de comida, pero no quiere
tocar las probetas, porque la virgencita la va a castigar.
“No jodas, Miroslav, no vas a ir al cielo, esto no es un juego de niños, estás traficando
con almas, con la resurrección, le estás jodiendo el negocio al Vaticano. Ayúdalo,
virgencita del Rosario.”
Y las palabras de Dana me salpican y me rondan como estas bacterias que tengo bajo el
microscopio.
“¡Pero que me decís, Dana, déjate de embromar, Darwin vivió equivocado, estas bacterias
venidas de otras civilizaciones, o quizá de otras galaxias, quizá, aún no lo sé, pero las
micrococcus radiodurans estoy seguro que son las que iniciaron la vida en la Tierra! Y su
capacidad de resistencia es infinita, la versión contemporánea del ave Fénix, podrían
resistir tres Nagasaki y diez torres gemelas. Son la génesis de la vida, entendés. Y más
importante aún, es el primer paso hacia la eternidad. Podríamos entonces dejar atrás la
resurrección metafísica y encaminarnos hacia la resurrección literal. Y en una devolución de
atenciones recibidas, enviarlas a colonizar otras galaxias deshabitadas. O también
convertirlas en un arma de defensa infalible. Ante un peligro de ataque, podríamos enviarles
nuestras bacterias más corruptas (que no será difícil encontrarlas), para destruirlos. Es el
descubrimiento más importante del siglo. Estoy a un paso de la gloria”.
Pero mi discurso no acierta el tono, y Dana sigue escupiendo tortas y pepitas y palabras, y
se me viene encima cargando con sus tremendas tetas, meneando el trasero, desparramando
probetas, tubos, y cuanto encuentra en el camino, y de su boca ocupada sale como un tremendo
globo verde, más grande que un hongo nuclear, un navajazo que se hunde en mis llagas: “es lo
que te digo, te estás metiendo con el Vaticano, compadre, la resurrección de las almas, el
cielo y el infierno, el Paraíso y el Averno, el bien y el mal. Le jodés el negocio,
Miroslav, se lo jodés olímpicamente. Con Dios no te metas, con eso no se juega, te
excomulgarán, jugás con fuego y te quemarán como Juana de Arco. No habrá perdón del Papa ni
de nadie, virgencita del Rosario, ayúdalo”.
Y su boca glotona me ha dicho compadre, y yo, que no voy a ir al cielo, veo mi mano turbada
sobre los tubos con bacterias, y pienso que en unos cientos de años podríamos encontrarnos
con una tierra impávida, como sometida a un lifting integral, habitada por millones de
clones, regenerados y eternos, añorantes de la próxima vida.
Entonces será probable que los sabios se reúnan, y quieran explorar la posibilidad de volver
a la antigua resurrección, la de las almas, a la bacteria original, y así la vida será
nuevamente la que hemos amado, precisamente porque se deteriora y muere, y ya nadie volverá
a cargar sobre sus espaldas la cruel pesadilla de la eternidad.
Ahora Dana se me tira encima y las probetas resbalan de mis manos, se estrellan contra las
baldosas del laboratorio, y las bacterias se desparraman por el suelo, como nos
desparramamos Dana y yo, cayendo hacia abajo, y no precisamente hacia el Infierno. ¿O sí?