En un domingo flaco, cuando las luces de neón apenas entibian su
alma, el hombre del domingo transita un alborotado Shopping en jogging y zapatillas blancas,
comprando cajitas felices junto a niños inquietos y esposa aburrida. La gente sube y baja
las escaleras mecánicas como un ritual bucólicamente repetido.
El hombre del domingo, preocupado por su bronceado caribe y por ocultar sus insipientes
canas, sabe que en este costado de la vida en que le está tocando jugar, le quedan pocas
cartas en la mano. Y también sabe que al paso del tiempo y de la muerte ningún hombre
sobrevive. Con el pucho de la vida apretado entre los labios, seguramente escucha a Sabina,
porque Arjona es sólo para mujeres.
El hombre del domingo es un hedonista soñador, preso de la melancolía de lo que no pudo ser
y frustrado por la desesperanza de lo que ya no será. Porque como dice el tango “en tu total
fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”.
El hombre del domingo se entusiasma, tejiendo sueños imposibles con las bellas promotoras,
las vendedoras de las tiendas, las jóvenes oficinistas que pasean sin disimulo sus
bamboleantes siluetas de rubias melenas, despreocupadas de sus semanales rutinas entre
escritorios y biblioratos.
La autoestima es la medicina que necesita para seguir viviendo, es el crayón que le pinta de
optimismo la vida. Sabe que estamos fabricados de tiempo, pero también que la esperanza
siempre puede brotar en el jardín de los asuntos difíciles.
Por eso la vanidad de metrosexual en decadencia se exalta cuando mira a las chicas pasar en
jeans ajustados, botas altas, ombligos desafiantes y cabellos despeinados. Adolescentes con
chispas en las manos y piercing en la lengua, que lo miran como a su papá, piensan que
casarse está pasado de moda, se emborrachan en el viaje de egresados, y mastican chicle todo
el tiempo.
Ellas son las mismas que lo ven atando los cordones de sus hijos, acomodándoles sus pequeños
pulóveres azules, despertando del sueño del domingo y preparándose para la realidad del
lunes.
Parece un relámpago eso que ves, hombre del domingo, pero es el metal reluciendo en tu
anular, ése que te hace apartar la mirada y hundirte en la taza de café.
Las jóvenes se alejan. Y desde tu pecho un pájaro les dice adiós.