HOMBRE DEL DOMINGO


Armando Macchia

En un domingo flaco, cuando las luces de neón apenas entibian su alma, el hombre del domingo transita un alborotado Shopping en jogging y zapatillas blancas, comprando cajitas felices junto a niños inquietos y esposa aburrida. La gente sube y baja las escaleras mecánicas como un ritual bucólicamente repetido.

El hombre del domingo, preocupado por su bronceado caribe y por ocultar sus insipientes canas, sabe que en este costado de la vida en que le está tocando jugar, le quedan pocas cartas en la mano. Y también sabe que al paso del tiempo y de la muerte ningún hombre sobrevive. Con el pucho de la vida apretado entre los labios, seguramente escucha a Sabina, porque Arjona es sólo para mujeres.

El hombre del domingo es un hedonista soñador, preso de la melancolía de lo que no pudo ser y frustrado por la desesperanza de lo que ya no será. Porque como dice el tango “en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”.

El hombre del domingo se entusiasma, tejiendo sueños imposibles con las bellas promotoras, las vendedoras de las tiendas, las jóvenes oficinistas que pasean sin disimulo sus bamboleantes siluetas de rubias melenas, despreocupadas de sus semanales rutinas entre escritorios y biblioratos.

La autoestima es la medicina que necesita para seguir viviendo, es el crayón que le pinta de optimismo la vida. Sabe que estamos fabricados de tiempo, pero también que la esperanza siempre puede brotar en el jardín de los asuntos difíciles.

Por eso la vanidad de metrosexual en decadencia se exalta cuando mira a las chicas pasar en jeans ajustados, botas altas, ombligos desafiantes y cabellos despeinados. Adolescentes con chispas en las manos y piercing en la lengua, que lo miran como a su papá, piensan que casarse está pasado de moda, se emborrachan en el viaje de egresados, y mastican chicle todo el tiempo.

Ellas son las mismas que lo ven atando los cordones de sus hijos, acomodándoles sus pequeños pulóveres azules, despertando del sueño del domingo y preparándose para la realidad del lunes.

Parece un relámpago eso que ves, hombre del domingo, pero es el metal reluciendo en tu anular, ése que te hace apartar la mirada y hundirte en la taza de café.

Las jóvenes se alejan. Y desde tu pecho un pájaro les dice adiós.